Fue un hombre bueno y recto, al que tuve la fortuna de conocer, y un gran escritor. Dedicó su vida a la literatura sin buscar el aplauso, sino con un trabajo serio y constante, que estoy convencido de que con el tiempo recibirá la valoración que merece. Poseedor de una gran cultura, experto en literatura inglesa y francesa, fue un excelente traductor de importantes escritores, clásicos y modernos, en esas lenguas; y ensayista, narrador, columnista, crítico literario y poeta. Durante algunos años, se dedicó también a la docencia. La discreción, la amabilidad, el sentido del humor eran virtudes que destacaban en el trato con él. Merece la pena leer sus libros, muy personales, con una ironía sutil y un cosmopolitismo poco frecuente en los pagos literarios de por aquí. Sugiero algunos títulos, aunque sin ninguna pretensión de exhaustividad: en prosa: “El otoño en Crimea”, “Los secretos de San Gervasio”, “Dos historias romanas”, “Cuadernos de escritura”, “Los fugitivos”… Sus poesías completas están editadas en la colección “La Veleta” de la editorial Comares en 2007, pero hay que añadir su último libro, publicado el pasado otoño: “El corazón de Dios” (Ed. Cálamo). A él pertenece el siguiente poema:
“Todo es incalculable, como tuyo,
el aire de la vida
y hasta los hondos sueños que la pueblan;
los regalos sorprenden
como miel que se esconde en días ásperos
y no se deja ver la mano oculta
(la discreción es marca de la casa).
Uno piensa en hallazgos de tesoros
descubiertos a fuerza de listeza,
y entonces tu sonrisa acaba siendo
la dulce explicación de lo que somos.”
Luis Ramoneda
viernes, 20 de enero de 2012
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