miércoles, 4 de junio de 2008

Mi padre era un hombre justo y bueno, un buen cristiano, un gran trabajador

Manuel Peláez Nieto falleció de una parada cardio-respiratoria el pasado 8 de abril de 2008, a los 89 años. Natural de Verín (Ourense), estudió la carrera de Derecho, fue Letrado de la Seguridad Social, de la que llegó a ser Jefe de la Asesoría Jurídica Central (del antiguo Instituto Nacional de Previsión, INP) y Letrado Mayor del Consejo de Estado. Recibió varias condecoraciones por su trabajo: la de San Raimundo de Peñafort, la de Alfonso X el Sabio, etc y la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo. Siempre se interesó por la política, como un servicio al bien común, y participó en las reuniones y afanes de la democracia cristiana en España, también durante la época en la que no había libertad política bajo el régimen del general Franco, como el llamado por la prensa del régimen "el Contubernio de Münich", por el que fue expedientado. Hombre de estudio y trabajo a conciencia, estaba muy disponible para ayudar a sus compañeros, según han testimoniado por escrito muchos letrados del Consejo de Estado que trabajaron con él, y a muchas otras personas a las que ayudó a preparar oposiciones, resolver pleitos, etc, siempre gratuitamente. Hombre sabio y... humilde, que no hacía valer su sabiduría sino era para servir y ayudar. Buen padre de una familia de ocho hijos a la que procuró educar de acuerdo con su mujer, María Auxiliadora Albendea Pabón, mujer valiente y fuerte, que falleció el 9 de abril del 2004 de Esclerosis Lateral Amiotrófica, enfermedad terrible que supo llevar sin una queja, sonriendo, ayudada por una fe cristiana muy arraigada y viva. Esa fe de mi madre la compartía mi padre; con ella acudía a la Santa Misa a diario desde siempre, y rezaba el Santo Rosario y otras devociones cristianas. Otro día escribiré de mi madre y de mi padre, hoy sólo quería escribir este breve preámbulo a unos poemas que me ha enviado un hermano mío, profesional de otras cuestiones y un poco poeta, que forman parte de un libro de poemas que está escribiendo a la muerte de mi padre; me ha dicho que son versos alejandrinos (catorce sílabas), divididos en dos hemistiquios del modo que estudió tan magistralmente Dámaso Alonso:

LA GLORIA DE LOS HUMILDES

Al ancho Valle de Verín vienen los hijos
como llegan las nubes, a quedarse serena-
mente, y ocupan el espacio y los contornos
del cielo azul se pueblan de las aves que vienen
de las islas del norte… A Manuel lo trajeron
como vuelan las águilas al sol de primavera,
con un sigilo manso, gloria de los humildes,
de quien no tiene nada porque lo ha dado todo,
limosna alegre y silenciosa de sí mismo.

(Verín, 8 de abril de 2008)


A VIRXEN DE GUADALUPE

Porque el dolor renace si tú no estás aquí,
si padre ya no vive ni canta al corazón,
como un romero a Virxen de Guadalupe y vai
por la ribeira alegre como una rianxeira
y dicen que no entiende y vaya si conoce
esa sabiduría que se tarda una vida
fecunda en adquirir. Y su mente cabalga
un poco distraída, crío contento en cuerpo
de ochenta y nueve años, y le llaman a filas
en el servicio militar, creativa siesta
donde fragua la fábula, el divertido enredo
que engendra la demencia senil y sin dudar
regresa a la niñez en su silla de ruedas
y entona ay, cielito lindo, canta y no llores,
como un enamorado, y renueva entre sueños
su fiel amor por Auxi, que le espera feliz
en la paz del hallazgo. Y con ella, ya vive,
reza y canta a la Virxen que vai por la ribeira...

(Sevilla, 19 de julio de 2008)


EL RÍO TÁMEGA

Pasaron muchas aguas bajo el puente del Támega,
el río fue testigo atento y agitado
de la historia menuda y de las grandes gestas,
contadas como suelen hablarse en estas tierras
las cosas importantes, en voz callada y leve,
casi cantada, así suena el habla entre amigos
del Valle de Verín. Mas hoy desean parar
las aguas bajo el puente. Esperan a Manuel,
tal vez viaje con ellas, por la corriente clara
que grita entre los sauces de la sirga su pena
sin consuelo: murió Manuel, que muy de niño
jugaba en sus orillas y amó sus aguas puras.

(Verín, 8 de abril de 2008)


EL DÍA Y LA HORA JUSTA

La muerte de mi madre, herida por la larga
enfermedad, es un dolor inmenso como
un mar, y en esta muerte súbita de mi padre,
tan imprevista como lluvia de verano,
el llanto y estupor se enhebran silenciosa-
mente al asombro y gratitud serena y mansa,
por la bondad de Dios que cuida de sus hijos
y pasa por su vida cuando más les conviene,
como airecillo puro en tarde de verano,
como un buche de agua fresca cuando la sed
asedia a la esperanza y flaquean las fuerzas
en las rampas en cuesta del áspero camino.
Así de providente, así de atento a todo,
como Señor del tiempo y de la historia, sabes
y estableces cual es el día y la hora justa:
las seis y media de la tarde, martes ocho
del mes de abril. Dos mil ocho después de Cristo.

(8 de Abril de 2008)


EL CEMENTERIO ANTIGUO DEL VALLE DE VERÍN

El coche con el féretro sube el camino en cuesta
ceñido a las arrugas de la tierra, sedienta
ayer, pero hoy más húmeda por las lluvias de anoche,
los campos ondulados de alfalfa verde y lúpulo,
que anuncian ya la siega, movidos por el viento,
las cepas negras de las vides alineadas
sobre surcos de arena peinados por la reja
del arado, los brotes breves recién nacidos
de los pámpanos, libres del frío del invierno,
los olivos de plata al resol de la tarde,
la flor de la retama que enciende las laderas
con su luz amarilla… Mas hoy no puedo veros,
las lágrimas ocultan la belleza del mundo.
Al fondo, las montañas violetas de Galicia,
los puertos de la Canda y el Padornelo azul,
las curvas de Fumaces y el cementerio antiguo
del Valle de Verín. Allí espera mi padre
bajo la fría piedra de la tumba desnuda.
Descanse en paz. Mi Dios le pague el premio al bien
que hizo con las manos rotas de tanto darse;
padre, duerme en la luz. Cumpliste tu trabajo.

(Madrid, 2 de mayo de 2008)


EN LA SALA DE ESTAR DE CASA DE MIS PADRES

En la sala de estar de casa de mis padres
hay un balcón que ocupa un paño de pared
al que se accede por un amplio ventanal,
por él, en las pacíficas mañanas de domingo
se colaban los sones lejanos de trompeta
que llamaban al alba como un aldabonazo,
gritando: ¡ya es la hora!, vamos, ¡a levantarse!
Y el niño demoraba su sueño entre las sábanas
por poco tiempo, el tiempo que la madre tardaba
en abrir las cortinas de su cuarto, los pasos
torpes y vacilantes del recién despertado,
los pies aún descalzos por el largo pasillo
de suelo de madera… ¡la luz!, ¡la luz más pura!
de la sala de estar de casa de los padres.
De esa luz todavía vivo y aún me enciende,
y cuando ya los padres murieron hace tiempo,
su vida de trabajo, su fe y piedad sinceras
son el calor con el que quiero a mis hermanos.

(Madrid, 28 de diciembre de 2008)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy de acuerdo.

CT dijo...

Querido José Ignacio,
No tuve la suerte de conocer a tu padre, pero nunca puede ser más cierto eso de que "por sus frutos los conoceréis". Cuánto tengo que agradecer a Dios haber conocido y tratado a una astilla que, por lo que veo, proviene de un buen palo.
Me han encantado los poemas.
Un fuerte abrazo,
Carlos Torque

Anónimo dijo...

Benemérita acción de honrar a los padres.

Anónimo dijo...

También lo era DON ANTONIO SALGADO FERNÁNDEZ (q.e.p.d.)