sábado, 4 de enero de 2020

El látigo vivo, un clásico de la literatura eslava

El látigo vivo. Milo Urban. Ed. Ciudadela. Madrid, 2019. 505 págs.
Milo Urban (1904-1982), periodista, autodidacta, escribe esta novela, que ha pasado a  ser un clásico de la literatura eslava, en 1926.
La acción transcurre en los dos últimos años de la Primera Guerra Mundial (1917 y 1918) en un pueblo eslovaco cercano a la frontera con Polonia.
Describe con hondura la durísima vida de un pequeño poblado rural, Raztkozky, pobre por la severidad del clima y las condiciones en las que trabajan. Recuerda a la novela Los Campesinos, de Reymont, polaco, Premio Nobel de Literatura, que narra la vida en las cuatro estaciones del año de una población parecida.
A la severidad de esta vida se unen las injustas condiciones impuestas por el poder estatal, agudizadas por la venalidad de los funcionarios y por la guerra, que reclama la juventud del pueblo para el frente de batalla de una guerra que nadie entiende. El campo queda sin cultivar, el ganado es requisado y el hambre y la penuria se presentan con toda su crudeza.
La novela es un severo alegato antibelicista y resalta con vigor los males de la guerra, la devastación que produce en las familias, primero con el reclutamiento de sus hijos y luego con la muerte o las heridas de guerra de los combatientes, que vuelven mutilados en el cuerpo y llagados en el alma…
Está muy bien escrita, con bellísimas descripciones de paisajes y lugares.
Los personajes y su sicología están muy bien trazados y crecen y evolucionan con el transcurso de la historia.
El clima de la acción encadena acontecimientos hasta el desenlace final en las fechas en las que Eslovaquia deja de pertenecer al Imperio austro-húngaro al deshacerse esta unión que había durado varios siglos.
La religión católica está presente en las vidas de los campesinos y en su modo de vivirla, con su grandeza y sus debilidades, sobre todo por su falta de formación y cultura. Presenta también dos modos de entender la pastoral de la Iglesia en dos sacerdotes: el arcipreste, anciano y sabio sacerdote, que sabe amar al pueblo y hablarle al corazón, al que acuden y quieren todos y por términos generales, tienen en cuenta lo que les aconseja; y el joven capellán, más atento a sostener el antiguo régimen político y sus reglas, que a su misión de pastor. Pero el autor es respetuoso y no hace caricaturas y estereotipos, sino que procura matizar y refleja la realidad: la profunda fe cristiana de un pueblo.

No hay comentarios: