La flauta de caña (cuento navideño)
Había sido una jornada difícil. Daniel y Zacarías, los dos zagales de la hacienda, se pelearon, porque Zacarías acusó a Daniel ante el mayoral de algo que no había hecho. A pesar de los golpes, lo que de veras dolió a Daniel fue que Zacarías le rompió la flauta de caña, labrada por su abuelo Jacob. Daniel era un excelente flautista y soñaba con dejar un día el rebaño y viajar de pueblo en pueblo con otros músicos.
Al atardecer, se sintió muy abatido y, en cuanto el rebaño estuvo en el redil, buscó un rincón en la majada, extendió su manta entre la paja y se quedó dormido, ajeno a las chanzas de los demás pastores. Sin embargo, bien entrada la noche, se despertó sobresaltado: el motivo no fueron los rayos de la luna llena, a los que ya se había acostumbrado, ni las voces de los pastores, sino el canto armonioso de todos los pájaros del soto: sus buenos amigos el jilguero, la calandria, el ruiseñor, la elegante oropéndola e incluso la tímida alondra entonaban una majestuosa sinfonía de trinos, en plena noche y con el invierno recién iniciado.
Daniel se levantó y vio que los demás pastores se habían ido sin avisarlo, excepto Leví, que se había quedado para guardar el rebaño, y le contó lo sucedido:
–A media noche, se nos han aparecido unos ángeles para anunciarnos que acababa de nacer el Mesías en una cueva cerca de Belén. Se han ido todos a adorarlo. Estabas tan dormido que el mayoral dijo que no te despertaran.
Sin pensarlo dos veces, Daniel salió corriendo en dirección a Belén. Los pájaros del soto seguían entonando maravillosos trinos y, en cuanto salió a la cañada, lo sorprendió el resplandor de una estrella en mitad del firmamento, como una saeta de oro suspendida encima de una loma. Aceleró sus pasos en aquella dirección y no tardó en escuchar las voces de un coro invisible y en ver a sus compañeros de la majada y a otros pastores de aquellos parajes reunidos alrededor de una gruta iluminada por el esplendoroso lucero que lo había guiado.
En la cueva, había un mozo joven y fuerte y una muchacha hermosa como un rosal, que tenía en su regazo a un recién nacido de ojos perfectos. Los pastores se acercaban tímidamente, adoraban al Niño-Dios y le ofrecían pequeños obsequios, que la madre agradecía con una sonrisa y su marido guardaba en un rincón de la cueva, que calentaban un buey y un pollino.
Mientras se acercaba a la gruta, Daniel buscó algún presente en su zurrón, pero solo había un mendrugo de pan, un trozo de queso de oveja rancio y su flauta rota. Al llegar junto al Niño Jesús, se arrodilló, pero gruesos lagrimones resbalaron por sus sucias mejillas.
–¿Qué te ocurre buen pastorcillo? –le preguntó la Virgen con su voz suave como las brisas de abril–.
–Señora, no tengo nada que ofrecer a vuestro hijo, tan sólo mi pequeña flauta rota, que ya nunca podré tocar.
–No te apures, siéntate a mi lado. A mí, me gusta tu flauta rota y la guardaré siempre, y sé que a mi hijo también le agradará, porque es el regalo de tu buen corazón. Y le dio un beso como los que le daba su madre.
Daniel se sentó junto a los pies del pollino, que rebuznó discretamente, y la Virgen susurró algo a San José, que salió de la cueva.
El coro invisible seguía cantando y llegaban otras gentes a adorar al Niño-Dios. Cuando se fueron los últimos visitantes, los ángeles callaron para que la Sagrada Familia descansara. Daniel, fatigado por tantas emociones, se había dormido de nuevo, pero la Virgen lo despertó suavemente.
–¿Te gustaría acompañarme con la flauta, para que mi hijo se duerma mientras le canto una nana?
–Sí, Señora, pero mi flauta está rota.
–No te preocupes, Daniel, te daré una mejor, que ha fabricado José, mi noble esposo.
Daniel se puso de pie y, en el silencio de la luminosa noche, se escuchó una voz, dulce como las flores primaverales –acompañada por el son de una flauta, limpio como el rocío–, y el aplauso de los ángeles.
Luis Ramoneda
domingo, 18 de diciembre de 2011
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1 comentario:
Muy buen cuento de Navidad, Luis: ¡enhorabuena! Gran abrazo, JIP
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