martes, 27 de diciembre de 2011

Los Santos Inocentes

La matanza de los Santos Inocentes ordenada por el rey Herodes, que se conmemora el 28 de diciembre, es uno de los episodios más estremecedores de la Biblia. Dos mil años después, sigue asesinándose a los más indefensos: recientemente, por poner unos ejemplos, hemos leído que el número de abortos en España ha superado los cien mil; la pasada noche de Navidad, más de cuarenta católicos nigerianos fueron asesinados por fanáticos islamistas… Resulta dolorosísima la vigencia, veinte siglos después, de las trágicas palabras recogidas por San Mateo tras narrar aquella terrible matanza en Belén y su comarca: “Una voz se oyó en Ramá, // llanto y lamento grande: // es Raquel que llora a sus hijos // y no admite consuelo, porque ya no existen."
Como afirma Juan Bautista Torelló en "Psicología y vida espiritual", libro enriquecedor, “el pecado es el agente patógeno más nocivo que existe en la sociedad: si milagrosamente desapareciesen de golpe las enfermedades y sufrimientos físicos que provienen del orgullo (violencia contra las personas y los pueblos, guerras con todas sus secuelas inmediatas y a largo plazo, cruentas, infecciosas, etc.), las producidas por la gula (enfermedades metabólicas, alcoholismo, trastornos circulatorios, etc.), y las que origina la vanidad (excesos competitivos, incidentes, maledicencias, etc.), así como las causadas por la lujuria (enfermedades venéreas, sida, trastornos endocrinos diversos, etc.), pecado al que contribuye –al igual que a los demás y, por tanto, a los males y dolores que comportan– una red inextricable de cooperadores y propagadores: escritores, periodistas, fotógrafos, médicos imprudentes, farmacéuticos, publicitarios, políticos, editores, industriales…; si además lográsemos eliminar las consecuencias patológicas de la indolencia, la testarudez, la avaricia, el ansia de poder, la mentira, el espíritu de venganza, el fraude y el odio…, entonces nuestro mundo se transformaría de tal guisa que sería irreconocible: en un mundo sin pecado, al sufrimiento físico no le quedaría más que un campo restringidísimo”. Poco se puede añadir a esa sabia reflexión; al fin y al cabo, casi todo depende de cómo se comporte cada uno día a día, esa es nuestra gran responsabilidad como individuos y como ciudadanos. Luis Ramoneda

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